6/7/12

¿De dónde salió el Conejo Rojo?

Un día en el consultorio de César Illescas…

-Fíjate que Joa quiere que haga un cuento para el blog comunitario y esta chingue y chingue con eso, me envía correos y correos.

-¿Y porque no lo haces?

-Yo escribo cosas para mi, poemas, ideas, ¿pero un cuento? He leído muchos pero no sé cómo se hace uno, tendría que investigar. ¿Y sí a nadie le gusta?, en ese blog hay escritores en serio, gente que se ha dedicado a eso y estudiado; fácil van a ver que yo no tengo nada que hacer ahí.

-¿Porque te descalificas antes de tiempo? Además por lo que me has dicho es para divertirse y compartir ideas, y Joa (él hablaba de mis amigos como si fueran suyos) te quiere mucho, y seguro ve algo en ti. Quiero leer ese cuento en la próxima sesión.

Te voy a dar un libro para que lo empieces a leer: El precio de la vida. ¿Viste la película Sibyl?

-Sí y lloré toooooda la peli, te pasas, siempre me das a ver y leer cosas que me mueven.

De regreso a casa fui leyendo el libro, cada palabra, cada idea se metía en la piel, me estremecía, hice un circulo mudo a mi alrededor, a veces mis ojos se detenían, tantas ideas y emociones se desbordan en mi cabeza, me atragantaba con las letras, tanto que dejé de respirar normal por un rato y sentí que necesitaba detener todo, esa ansia me hizo bajarme del micro y entre a un café Internet.

Saqué el dibujo que Joa había puesto como punto de partida, lo pegue a un lado de la pantalla y empecé a escribir, sin título, no importaba, mis dedos frenéticos sacando ideas de lo que leía, de lo que veía, la respiración se normalizaba, quede sentada viendo como los personajes se movían y fluían para sí mismos. Entendí que no era ansia lo que experimentaba era éxtasis.

Cuando termine, cuando no salió nada más, se lo envié a Joa, no vi ortografía, ni sintaxis. Salí casi agotada, satisfecha, aliviada.

La siguiente semana se lo leí a César, cuando termine de leer empezó a hablar del cuento a hacer un análisis del mismo, hablar y hablar, paró por un momento y dijo: ¿Cómo se llama?

-No sé, no pensé en el titulo, sólo salió.

-¿Te das cuenta que lo hiciste?, ahora te puedo preguntar ¿Qué eres?

-No soy nada

-¡Cómo nada! Tú no eres lo que dices que eres, eres lo que haces. Un carpintero es un carpintero por que hace muebles, no porque dice que los hace, un maestro porque enseña, ¿y un escritor? –volteo a verme con sus ojos claros-

-¿escribe?

-¡Eres escritora! pero es un oficio de todos los días, tienes que practicar todos los días, así que para la siguiente sesión quiero otro cuento (creo que puse cara de asombro, pero no le importo) y no digas que no puedes hacerlo porque hay pruebas de lo contrario.

Terminó la sesión. Como siempre me despidió en la puerta de su edificio con un abrazo y su comentario final: ¡Sé feliz!

Cuando caminaba pensé que no sabía si habría otro cuento, de lo que si estaba segura es que quería volver a sentir ese éxtasis, esa necesidad de escribir, ese vértigo de creación que tuve en esos instantes, y sí, creo que a eso le dicen ser escritor.

Y César creía en mí.

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